OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II |
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OCCIDENTE Y ORIENTE*
No es, en verdad, infundada la tesis de que la corriente del orientalismo mesiánico que desde hace algún tiempo se propaga entre los intelectuales y artistas europeos, acusa un sentimiento de decadencia, derrotismo y desilusión. En la actitud de algunos "orientalistas" sería excesivo ver otra cosa que legítima curiosidad por culturas y tradiciones, cuyo valor reivindican, de un lado, el relativismo histórico, y de otro lado, el espíritu universalista, dominantes ambos en la inteligencia contemporánea. Pero en la actitud de otros "orientalistas" —de los que melancólica y súbitamente desencantados de Occidente, se vuelven ansiosos al Asia por pura decepción— aparece evidente la abdicación de las mejores cualidades creadoras del pensamiento occidental. El Occidente es, ante todo, acción, voluntad, energía. Su civilización es la obra magnífica de estas fuerzas que han alcanzado un grado místico de exaltación creadora. Por consiguiente, todo éxtasis morboso, ante los misterios asiáticos, no puede dejar de conducirla a la desilusión.
Desde este punto de vista, es indudable que la defensa de Occidente, aún como la concibe el neotomismo, presenta un lado positivo y contiene un principio de salud. El "orientalismo", en la medida en que conspira contra el activismo y el voluntarismo occidentales, constituye un veneno. (En la América Indoibérica, tan proclive al designio y la divagación, este veneno acentúa su toxicidad.) Los "llamados del Oriente", más que una esperanza, traducen una desilusión. Representan un orientalismo capitoso y delicuescente a cuyos mirajes se entrega con facilidad no sólo la generación neurótica y desesperada de Drieu La Rochelle, sino también la generación más experimentada y menos instable de Maeterlinck. Y aunque a su atracción son particularmente sensibles por su decepción rencorosa, las mentalidades reaccionarias está observado que se rinden también a ella, enervadas por la estabilización capitalista, no pocas conciencias revolucionarias. Testimonio de esta nociva influencia, a pesar de las intenciones que atenúan su significación, es la invocación dirigida al gran Lama por los suprarrealistas franceses precisamente en los días de su aproximación al comunismo.
Mas, ni Henri Massis ni ninguno de los ideólogos reaccionarios estudia con objetividad el orientalismo. En vez de esclarecer y demarcar sus alcances se entretienen en [...] tan los efectos de la obra de Spengler, Keyserling, Herman Hesse, etc., para atribuir a Alemania la responsabilidad del mal. Y, satisfecho su odio a Alemania, se obstina enseguida en identificar bolchevismo y "orientalismo", denunciando como un síntoma de relajamiento occidental el gusto de la literatura rusa. Bolchevistas y emigrados —dice Massis— repudian el occidentalismo y se proclaman "euroasiáticos". Conclusión subjetiva y presurosa que reposa sólo en los sentimientos reaccionarios y chauvinistas de Massis.
Y si el diagnóstico es arbitrario, el remedio, como en anteriores artículos hemos visto, no lo es menos. El cristianismo no puede repudiar al Oriente sin disminuir su origen y su misión. El esfuerzo neotomista por consustanciar el catolicismo con la latinidad y asentar sobre estas bases únicas la cultura occidental, olvida que la doctrina cristiana vino de Palestiny que se nutrió en su infancia, según tienen averiguado su historiógrafos, de los mitos orientales asimilados por los griegos. Y que la ruina de la civilización romana tuvo, sin duda, su principio en la decadencia del orden moral y jurídico sobre el cual descansaba. Más que neotomismo, se reconoce neopaganismo en la tentativa que reivindica como valores primarios de la cultura occidental el derecho romano y lfilosofía aristotélica. El futurismo marinettiano, antes de sabsorción por el régimen fascista, se colocaba, franca ultraístamente, en el terreno pagano, estigmatizando como degeneraciones o supersticiones incompatibles con la modernidad las tendencias humanitarias y pacifistas y aun la moral cristiana. Pero el futurismo, que lógicamente no se proponía ninguna anacrónica restauración del medioevo, partía de una radical y estridente condena del cristianismo del papado, en la que cualesquiera que sean sus contagios paganos, no osarían jamás acompañarle los neotomistas franceses o italianos.
No se encontraría tampoco entre éstos uno solo que no convenga en que el título moral de Occidente, para extender en el mundo, con su civilización, su autoridad, procede del Evangelio de Jesús y no de la tradición greco-romana, cuyo envejecimiento quedó prácticamente demostrado con la caída de Roma. Las cruzadas primero, la conquista de América después y todas las conquistas occidentales en seguida, como empresas del espíritu pertenecen a una civilización fecundada y elevada por el cristianismo. El derecho romano y la lógica aristotélica no habrían bastado al Occidente en los últimos veinte siglos para convencer al mundo de la superioridad de su cultura. No le habrían bastado siquiera a Santo Tomás para elaborar la Summa que, sin el potente soplo cristiano —oriental—, carecería ciertamente en de virtud para engendrar hoy el neotomismo de Massis.
La precipitada definición del orientalismo como sucedáneo o equivalente del bolchevismo, arranca del erróneo hábito mental de solidarizar absolutamente la civilización occidental con el orden burgués. La revolución rusa, por mucho que su trayectoria la conduzca hoy al Oriente, no es en su espíritu un fenómeno oriental sino occidental. Su doctrina es el marxismo, que como teoría y como práctica no habría sido posible sin el capitalismo, esto es, sin una experiencia específicamente occidental. Lenin, Trotsky y demás líderes de la revolución rusa, son notoriamente hombres de inteligencia y educación occidentales. Su precursor teórico Plejanov se caracterizó fundamentalmente como discípulo y expositor de Marx. Y si además de la de Marx, se nota alguna imponente presencia en la obra y el pensamiento de Lenin, es sin duda la de Sorel, francés y occidental como Massis. Y como Massis, "burgués francés", agregaría Henri Johannet, empeñado en probarnos que la grandeza y la cultura y la aristocracia de Francia son genuinamente burguesas, porque burguesía, para Johannet, no es la misma cosa que capitalismo.
El Occidente, sin Marx, sin Engels, sin Sorel, sin el socialismo teórico y práctico en una palabra, se habría ahondo el bolchevismo. Marx —gritará el antisemitismo de los reaccionarios— no era occidental, era judío. Pero no se podrá decir lo mismo de Engels y, sobre todo, de Sorel, que amaba tan poco a los hebreos.
El Occidente no se
presenta nunca tan desarmado ante el Oriente renacido y tormentoso —agitado
por el pensamiento occidental—, como cuando pretende reducir su riqueza
espiritual a lo puramente europeo, sea germano o latino. Su defensa exige
que la civilización occidental no sea sólo civilización capitalista ni sea
sólo civilización romana.
NOTA: * Publicado de Variedades, Lima, 26 de Noviembre de 1927
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